El cazador acechaba
a su presa fijamente
la ansiedad con él rondaba
esperando tenazmente.
Pero aquella ingenua presa
sin saber lo que pasaba
no esperaba gran sorpresa
del que a diario la miraba.
El cazador pretendía
en el momento oportuno
cuando el fuerte sol nacía
vencer sin pudor alguno.
El cazador desalmado
de noche y día pensaba
matar la presa en el vado
o cuando ésta descansaba.
Así pasaban los días
llenos de mucho martirio
el cazador con espías
y en su cabeza el delirio.
La presa confiadamente
cada mañana salía
a divisar felizmente
el campo de algarabía.
Vivía en bello terreno
donde tranquila pastaba
aquella presa, en el heno,
con alegría gozaba.
La presa con el rebaño
cada mañana cantaba
¡yo te quiero, yo te extraño!
a la pájara que amaba.
Así era feliz su vida
en tierra de leche y miel
sin presagiar la honda herida
de aquel cazador con su hiel
Fue una mañana de invierno
que los disparos sonaron
aquello se volvió infierno
y muchos ojos lloraron.
La presa cayó abatida
adentro de su propia huerta
y el cazador en loca huida
daba a su presa por muerta.
Así se escribe la historia
recordada con los años
anidada en la memoria
como crueles desengaños.