Michurin Vélez

AÑOSA FRAGANCIA

Entre la respiración sombría de un lejano bohio, cada noche un anciano reclina su espalda sobre una arcaica mesa adornada con candiles de incesante flama.

Abrazado por el resplandor noctámbulo y la quietud del silencio, el hombre centenario repasa los mismos textos cada vez que retorna su memoria. Son relatos pretéritos ahorrados en epístolas y postales arrugadas por las estaciones donde el tiempo se pasea en medio de la soledad aromada con la respiración de la leña.

En algunas de las cartas sobrevive el rumor de los años de la consumida adolescencia que repentinamente fuga por las hendiduras de las paredes llevándose consigo los retratos y los paisajes traídos a la memoria.

La fuerza de los recuerdos es una parodia que trae una claridad ilusoria que se escapa con el aliento del olvido.

Animadas por el inmutable rostro, las vetustas manos ansían detener la fuga de la nostalgia con sus frágiles dedos, pero el alma de las palabras inexorablemente se esfuma para viajar errante en la esfera de la nada.

Los sueños anquilosados y las miopes pupilas advierten la opacidad de los recuerdos y se resignan a la inmemoria. Sus párpados revelan la orfandad del calendario y una contemplación profunda que da serenidad a las sombras. Sus labios denotan confidencias paralizadas en el espacio impregnado de longeva fragancia.

En sus descarnadas manos las venas dibujan paisajes de nostalgia. La una abriga la luminiscencia de los amaneceres y la otra la penumbra de las noches de espera.

La ondeante seda de las raídas cortinas púrpura inunda el ambiente con danzantes espectros fantasmales deambulando entre el insondable silencio de las horas y el intrigante nerviosismo de las sombras

Cuando llega la madrugada, las epístolas vuelven al silencio y el anciano a su propio olvido.

michurin vélez [07 dosmil 20]