Donde viven las palabras:
en la boca del necio.
En las bocas sedientas de los peligrosos
mendigos,
en un lecho de río de algas inmóviles,
donde todo muda atropelladamente.
Donde habitan los suicidas de la noche
anterior, entre brumas o bosques, como
agua quieta
en la penumbra de un aljibe.
Donde no hay ojos, y todo ese complicado
movimiento.
Y la lluvia descansa, y el mundo.
Quizás una hoguera incipiente, vuelve
del revés el frío, y tomamos las calles.
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