... Cuando era niño me sentía viejo, ¿me sentiré niño cuando sea viejo?
Ya falta poco, los cabellos grises, las bolsas debajo de los ojos, las arrugas en la piel, y este puto cigarrillo que no me abandona.
Ya falta poco, el tiempo se acelera sin remordimientos. ¿Cuando aumentó la velocidad de rotación de este planeta?
No! Son ideas mías, el día dura lo que ha durado siempre, y el año tiene los mismos trescientos sesenta y cinco días.
Soy yo el acelerado, el atorado, el erróneamente equivocado.
No sé bien el por qué de la estampida de palabras que huyen de mi pluma.
Se escapan algunas, otras se escabullen entre los dedos, y las hay que ni siquiera asoman más allá de las neuronas.
Las palabras que se esconden en los lóbulos frontales de esta masa amorfa que llaman encéfalo.
Yo sé que están allí, las sacaré con pinzas y tenazas si fuera necesario.
Las obligaré a obedecer, y escribiré el poema infinito, el poema que no comienza porque carece de principios.
El poema que jamás terminará porque no tiene final.
Y los puntos suspensivos serán el preludio y epitafio del poema infinito.
Los puntos en suspenso, que anuncian la nada entrópica y utópica del texto sideral...