teresa ternavasio

Ella

Ella,

su donosa compañera

lejos se había ido, 

tras  un moreno mancebo,

empalagada de besos, en la corriente de un río, de loco frenesí.

  

¿Qué  haría el corazón ciego en el lago de amarguras,

sin el amor de la moza?

si en su pecho se morían los alveoles que a sus pulmones,

aire le llevarían?

Por  legítima hombría, 

él nunca quiso  llorar,

ni decirle a todo el mundo

que aunque pisando vejez,

era dueño del cariño,

que en toda la simpleza de lo mucho que sentía,

era real y  verdadero.

 

No hay razón para vivir cuando te mata la pena,

ni motivos que expliquen ¿por qué tan cruel abandono?

Es la vida que transcurre día a día, sin premura.

Pero  ello  es para el cuerpo,

nunca, jamás el sentir,

que hace nido permanente, en el alma de la gente.

 

Por eso aquel varón,

aunque tenía sesenta,

sin poder vivir sin ella,

tomó una decisión

para nada de orden falaz

y en  serena noche de luna,

envió a su corazón

una bala de acero

que lo condujo a la muerte

donde moraba la paz.