En la herida púrpura abierta por el deseo insaciable
dejó la simiente joven como el campesino
derrama en el surco la semilla fértil.
Ella en su inocente ignorancia
no supo hasta después de un tiempo
que su cuerpo cimbreante era ahora
el tibio nido acuático de quien sería
su más eterno amor, su única razón de vida.
Cuando sus brazos abrazaron aquel capullo dorado
contrastando con su piel de noche solitaria
nardos de agua surcaron su rostro
y supo que nunca olvidaría
al mirar sus ojos de jade y miel
a quien derramara a su paso
la sal amarga del olvido