Al llegar el otoño, que marchita
los estambres de rosas y jazmines;
siempre pienso que sueños son flautines
cuyo arpegio de pronto se adormita.
Es el tiempo la bóveda infinita
donde yacen silentes los violines;
que pulsaron hermosos arlequines,
con capella de amor, que el alma agita.
De la vida nos queda lo vivido
en las fiestas fastuosas de Himeneo;
con el fuego por Eros encendido,
y apurando la copa del deseo;
al llegar el ocaso tan temido
de placeres guardamos su aleteo.
Autor: Aníbal Rodríguez.