Acercando tus labios a mi boca
se iniciaba de amor hermosa historia;
al mirar en tu rostro el ansia loca
que llevaba promesa de la gloria.
Esa noche sentimos el latido
que produce la llama del deseo;
y tu cuerpo, en lujuria sumergido,
palpitaba con rítmico jadeo.
Tus sedosos mechones de mulata,
como capa, a tu espalda le servían,
y melosa, quitándote la bata,
de ansiedades tus venas se encendían.
En la esbelta y perfecta exuberancia
que posee tu mórbida cadera;
yo aspiraba la mística fragancia
de tu dulce y florida primavera.
Con mis ávidos labios, muy febriles,
dibujaba tu cándida figura;
y mis manos, seguras y sutiles,
recorrían tu espléndida estructura.
Con instintos voraces y libertos,
exclamaste, temblando de emociones:
¡Ya mis muslos se encuentran bien abiertos
para darle cobijo a tus pasiones!
¡Y los dos sucumbimos al delirio
al llegar a la cima de entusiasmo,
al sentir en los pliegues de tu lirio
la sensual humedad del gran orgasmo!
Autor: Aníbal Rodríguez.