Hay tierra por ahí tirada
y macetas, y niños sonrientes,
entre tanto, la lluvia arrecia
y se marchan los adultos.
Dentro de las casas, algún
dios blasfemo propuso el cálculo,
y se mantienen enfermos el anciano
y el caballo, las termitas que corroen
la madera de los pisos. Hay mucha
luz, un aura como de pinos mutilados,
un niño que acerca su mano y luego
la retira. Hay un paisaje de hojas turbias,
de recias inconsistencias que emasculan
confidencias y murmullos. Y un peso
de animales que adensa la tierra y los despedazados
troncos esparcidos. Una selva de uvas
calcinadas, dispersas por el patio, y una nube
de arracimados presagios oscuros, entre las parras
iluminadas. Gorriones difusos, petirrojos ambulantes,
cigüeñas complicadas en sus nidos terrosos,
y en las afueras, halcones, radios de bicicleta,
sombras oscuras de un tiempo concluido.
Cernícalos, menstruaciones de rosas blancas,
perfiles diminutos, deificados tronos sin gesto.
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