El pasillo, se abre angosto, flanqueado de puertas que ignoro, en búsqueda de la que me corresponde entrar.
Sabiendo que la puerta es libremente franqueable, entro y saludo con la cortesía habitual.
Todos, unas diez personas, me responden con igual modo, con el mismo gesto ausente, que yo mismo impongo en esos casos.
Busco una silla y me siento, tratando de mirar la nada, evitando los cruces de miradas, ya que difícilmente podría iniciar una conversación de circunstancias.
Pero algo fuera de lo común, pasó de la sensación, a ser una extraña realidad, todos los presentes eran iguales a mí.
Simulé indiferencia, hasta que giré la vista y enfrenté a mi acompañante, quién simétricamente hacía lo mismo con un esbozo de sonrisa cargada de indiferencia, tal cual hago yo mientras espero.
Nos estuvimos mirando por unos instantes, él con una sonrisa amable, mientras que a mi, poco a poco me afloraba un inevitable llanto.
Salí huyendo de la habitación, mientras se oían las estruendosas risas que dábamos, los que nos quedamos esperando.