Cuánto me dolió el alma perderla
sabiendo que ya no volvería,
pensando que eterna dormiría
para nunca más volver a verla.
¿Y cómo a la vida devolverla?
preguntaba el corazón contrito,
si el morir nunca estará prescrito
por ser natural perdurará,
pero el corazón recordará
que en el alma su nombre está escrito.
Cuánta ternura había en sus manos
y cuántas sonrisas compartidas,
dejando muchas caras teñidas
con amores suyos tan humanos.
Recuerdos hoy tengo tan cercanos
de su gracia y de sus carcajadas,
que en las tantas historias contadas
sus ojos brillaban de alegría,
¡Adiós dolor y melancolía!
pese a tantas batallas luchadas.
Hoy estaríamos celebrándote
tus ochenta y siete años de vida,
de no haber sido por tu partida
estaríamos madre abrazándote.
Pero en tu sepulcro recordándote
te pondré un ramo de rosas blancas,
recordando tus palabras francas
que guían pasos al caminar,
fruto que nadie puede quitar
ni estropear o poner retrancas.