Mido el tiempo de tu muerte
en el olor marchito
de los nardos
sobre la tumba abandonada.
Mido la eternidad de tu ausencia
en las fotos evadidas
a lo largo de los días,
en las oraciones elevadas
a los dioses sordos que me ignoran.
Mido el tiempo de tu muerte
cada vez que tropiezo
con el aroma de tu presencia
que sale de los closets
y de la cama siempre tendida
como un abrazo
que espera tu regreso.