Ayer nadie vino,
era de noche y el féretro
estaba como abandonado;
cubierta de polvo la ventanilla
en la que se veía la cara
de un joven muerto;
las velas consumidas, apagadas,
y solo la luz azul de un farol
que tiritaba en la calle
entraba por una enorme y vieja
puerta de vidrio dorado;
Los crisantemos de león
colgados en las paredes
se marchitaban uno a uno
y un retrato del joven,
roto y amarillento,
apuraba el paso de su destino.
Ayer nadie vino,
era la despedida
y las lágrimas nunca llegaron
y el cementerio no guardo
el féretro en su bosque
de epitafios,
y me di cuenta
que estaba verdaderamente,
verdaderamente muerto.