Un mechón de su cabello caía sobre su frente
como un pendón vencido al final de la batalla
Sus ojos vivaces y salvajes bajo su sombra
escupían pequeñas estrellas titilantes enceguecedoras
En su boca la frontera de sus labios se pintaba de borgoña
e incitaba a beber, a beberlo
Olía su piel a huerto mojado de lluvia
y mi mente se retrotraía a los años inocentes
bajo los frutales soñado con ser mujer
pero a su lado, enredada en el enramaje de sus brazos
mi ingenuidad se convertía en salvaje erotismo
y sucumbía sumisa a los pies de sus más atrevidos vicios
Él sabía arrancarme el alma y tirársela a la luna
cuando ella la masticaba dejándome sin energía
su lengua degustaba cada milímetro húmedo
de mi piel prohibida, esa piel que las mujeres escondemos
en el punto más austral de nuestro cuerpo
Hasta que él me sentía morir,
su lengua no dejaba de moverse tal cual lo hace
el arco del violín sobre su tenso cordaje
entonces igual a un jinete en plena huida
o al lobo en celo subía sobre mí
y hundiendo sus azules dientes
en mi cuello y hombros
se balanceaba sobre mis caderas
como un péndulo hipnotizante
Ambos narcotizados de orgasmo
agonizábamos abrazados
igual que náufragos a la tabla
ángela grigera moreno
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