eran las tardes de los deberes
junto al pequeño radio negro de pilas
donde la radio musical nos mostraba lo que el resto no
la voz ronca
contando una película que había visto a los seis años
y que ya nunca más pude encontrar
era el amor contrariado
dicho con rabia
y el rastro de madrid conocido al fin
aunque jamás lo hubiera pisado
era otra de las mil caras de la poesía
sencillamente
la reciedumbre del vasco
la dulzura del hombre solidario
y más tarde
la inteligencia frente a las preguntas
el placer de las palabras arañando la música
y viceversa
y de repente
el último domingo del año en curso
el escalofrío de la mala noticia
al acaso
el auto destrozado en un descampado
y el cuerpo cubierto por una sorprendente lámina dorada
/como no he visto jamás con ningún otro cuerpo/
dorada y resplandeciente
como el oro de su alma de poeta
como el tenaz ronroneo de su voz
abriéndome a la luz de una consciencia nueva
allá
/tan lejos ya/
por la gris soledad de mis trece años