El tren se desplaza como una cobra
que mece sus ondulaciones
hacia el ojo entreabierto del día;
motivada por el son del flautista
que posa sus dedos en las montañas
y compone la tonada del amanecer.
El despertador de la siguiente parada
presiona mi corazón para acelerar
los pasos que evitan las grietas
del mal augurio en la calle.
Las manos arriba contrarían miradas
que se niegan a despertar aún,
sueñan mientras caminan.
Duermen mientras viven.