La trémula aura mecía las plateadas hojas
entre los hilos de oro y grana de la tarde
y los rojos suspiros de una rosa
prendidos quedaban en las ramas de los árboles.
La alameda movía sus párpados de plata
con la ligera brisa de los labios del aire,
sus verdes ojos poco a poco se ocultaban
del fragante carmín de los rojos rosales.
El oro del ocaso tiñe las blancas nubes
y el silencio se desliza por el verde valle,
las cálidas voces de los pájaros cantores
se apagan como suspiros que se lleva el aire.
La rumorosa corriente del cantarín río,
diluidas en sus plateados cristales,
se lleva las penas que invaden mi corazón
a lo más escondido del fondo de los mares.
En las alas del viento