El amor está compuesto
de palpitantes órganos
que no dejan de sangrar;
se agitan en alcobas
entumecidas por el sosiego
fraguado en días que son
un eterno atardecer.
El amor se condensa
en copas que no se consumen;
por más que apuran las bocas
que las sorben, el líquido
permanece intacto.
El roce de los labios
intensifica su color carmesí.
El amor termina sin mutuo acuerdo,
con tristes ilusos pagando monedas
de rescate por un rehén ya asesinado;
con una tumba cavada hace tiempo
y una lápida lúgubre entregada por encargo.