Yo hundiré mis pies
bajo esas tierras apelmazadas,
donde subyacen lagos inquebrantables
y se deslizan las piernas de rumiantes
entre terquedades de palomas y abismos.
Ígneos precipicios que rezuman destilaciones
de bruñidas escamas, de estalactitas cesadas,
vacantes de hombros u omóplatos incesantes.
Me refiero a esas bruscas corporaciones de dientes
de encías soñadoras, de mandíbulas crepitando
en lo negligente del viento, en lo alucinado del aire venéreo.
Y será sagrada la calcinada tierra que busco y penetro,
donde escribí tensiones de rasuradas escolopendras,
de naciones de insectos que proclaman su abertura
entre dedos que albergan huellas de acumulaciones.
Hundiré mis pies tierra con tierra
sello con sello, beso a beso, destruiré
mis peces rubricados, la lánguida enumeración
de los
enormes escualos tributarios.
Y en esa ensenada de raíces y agujas
completé el círculo de los ojos esponjados.
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