Fue el año setenta y nueve
año de gloria y de júbilo
para el pueblo que luchaba
por terminar con el yugo
que a Nicaragua oprimía
y la llenaba de luto.
Y fue día de esperanza
el diecinueve de Julio
cuando se oyeron timbales
que anunciaban con orgullo
la derrota del tirano
y del pueblo hermoso triunfo.
En cada rostro brillaba
un fulgor de plenilunio
que iluminaba la senda
de un promisorio futuro
donde habría libertad
sin cárceles ni verdugos
que hacían de nuestro suelo
un infamante sepulcro
donde yacían inertes
los anhelos más profundos
de un pueblo sacrificado
por dictador sin escrúpulos.
Mas el sueño libertario
se nos quedaría trunco
por ambiciones mezquinas
de seres del inframundo
que traicionaron la sangre
del guerrero digno y justo
que ofrendó su noble vida
para ver crecer los surcos
donde corriera la savia
del templario íntegro y puro
que haría brillar la gloria
de nuestro pendón augusto.
Hoy la patria nuevamente
la cubren cielos oscuros
por dos miserables monstruos
ambiciosos y corruptos
que superaron con creces
al déspota ya difunto
que implantando gran terror
su cruel tiranía impuso;
y logran hacer fortuna
engañando a los ilusos
con las traidoras palabras
que dicen en sus discursos.
Pero nacen esperanzas
que nos sirven de preludio
de otro nuevo amanecer
que termine el infortunio
al que tienen sometido
los criminales de turno,
a nuestro pueblo glorioso
que una vez coraje tuvo
de acabar la tiranía
un diecinueve de Julio.
¡Y que renació en abril
en corazones fecundos!
Autor: Aníbal Rodríguez.