He decidido escribir estas historias que son en parte anécdotas, leyendas y creencias de la tradición oral de mi pueblo y que por las tardes reunidos a la orilla del fogón y tomando un sabroso café de olla acompañado con pan amarillo cuando las cosas iban bien o de galletas de animalitos cuando no había muchos recursos, nos mantenían nuestros padres muy atentos.
Ahora le contaré el buen susto que nos dio la comadre Lidia, ella vive aún en la misma calle donde vivimos nosotros en aquel tiempo, su casa aún es bonita, hecha de ladrillos, la recuerdo muy bien, la hizo un norteamericano que se llamaba Teodoro, él llegó al pueblo con su esposa y sus dos hijos, Derek y Edna, más o menos de mi edad. Siempre he sido curiosa y me llamaba mucho la atención de su presencia allí, preguntando me enteré que él llegó para estudiar y aprender nuestra lengua materna, después de algunos años editaron una biblia en Zapoteco, aún conservo una.
Después se fueron y desocuparon la casa, la comadre Lidia y su esposo el finado Don Arcadio pasaron a habitarla, sus hijas que trabajaban en la ciudad de México les compraron una televisión grande, de esas que traían el mueble integrado, parecía una consola, nosotros y muchos otros niños no teníamos una, íbamos a darles lata algunas tardes, así que a veces mamá nos daba a cada uno .20 centavos para ayudar con lo de la luz al compadre Arcadio y veíamos juntos El chavo del ocho o el chapulín colorado.
Como recuerdo aquellos tiempos en que bastaba tan solo media hora de programa, después solíamos jugar en la calle al tarro pateado, las cebollitas, los listones o brincábamos la cuerda, dando las 7:00 p.m. sonaban las campanas para dar la oración de la noche y todos a casa.
Entonces yo, como la mayor de mis hermanos, ponía en el fuego una olla con agua para el café, cuando ya estaba listo venía mi mamá con el pan y nos servía a cada uno, a veces entre nosotros contábamos cosas que escuchábamos de otras personas u otros niños, otras veces lo hacía mi papá y otras veces mi mamá, esa noche mi madre nos contó la leyenda de los Mniniin Sharbelee: En zapoteco quiere decir niños encuerados o duendes, ella con voz muy seria nos dijo:
-Les voy a contar lo que me dijo la comadre Lidia muy enojada y a la vez pidiendo el favor en zapoteco. - dice que ya no los deje jugar en el hueco del pirul, porque justo a medio día ella ha visto salir de allí a dos niños desnuditos que corren hacia nuestra casa, ella cree que quieren jugar con ustedes, pero a veces son malos y se llevan a los niños cuando se portan mal.
El pirul era un viejo árbol que creció a un lado de la cerca de mezquite que dividía a la calle del terreno del finado don Enrique López.
En aquél entonces no había banquetas en las calles del pueblo, recuerdo muy bien el olor que se desprendía del viejo árbol de pirul y sus frondosas ramas que generalmente tenían unas semillas rojas muy olorosas. En el gran hueco que tenía en el centro nos gustaba escondernos o jugar a la casita, incluso guardábamos nuestros tesoros que consistían en piedras redondas que brillaban y que encontrábamos en el arroyo cuando íbamos a jugar por la tarde en la arena.
Siempre nos gustaba jugar entre todos, se unían a nosotros los primos vecinos, hijos del Tío Celestino que en paz descanse, Beto, Velía, Gelia y a veces Javier que estaba más pequeño, también jugaban con nosotros nuestros primos Mundo y Efrén, así que como han de imaginar, sí éramos muchos niños. A los que les gustaba meterse al hueco del pirul era a mi hermanita Gaby, mi hermano y yo, por eso la comadre Lidia nos quiso asustar diciéndole a mi mamá que de allí salían los duendecillos o no sé, quizás ella sí los vio alguna vez.
Aquí en confianza les digo que de momento como todo niño nos asustamos y dejamos de meternos en él, después volvimos y nos dio mucha tristeza cuando el vecino construyó su barda de ladrillos y derribó aquél viejo pirul.
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Elizabeth Alejandra Castillo Martínez/Liaazhny