Alberto Escobar

O Cyrano o Tyrano

 

Dos corazones tiene el caballero:
Uno coriáceo, para matar y
otro gelatinoso, para amar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Cyrano era horrible a la vista,
mas no horrísono.
Era un juguete en la corte
para enamorar con sus letras.
Nunca quiso dejarse ver...
Tyrano lo Blanc era majestuoso
en lo que al porte se refiere,
pero era deficiente en letras.
Tyrano se servía de Cyrano para compensar
sus carencias, aquellas que Dios tuvo a bien
no granjearle en sus venas.
Fue una pena como terminaron los susodichos.
El primero, fue el primero en perecer.
Quiso morir en el contraste entre la belleza
de su sintaxis y la fealdad de sus rasgos.
No pudo soportar el hiato que entrañaba
tal contradicción.
El segundo, deviniendo en irrisión, insufló
en la corte que se saciaba de sus batallas
una amalgama de ternillas y de ganas.
Tyrano lo Blanc se consumió en la desdicha
del nunca volver a ver a semejante amigo.
El primero, por ser el primero, se libró del desapego
que sintetizaba su mortaja. Sus alajas eran sus sujetos,
sus determinantes y verbos tan dispares y elocuentes.
Tanta gente fue la que congregó el sepelio que faltó
helio en el aire para tanta nariz aguileña.
Extremeña fue la mujer que agasajó la apariencia
del cadáver, tan grave parecía la secuencia que ni siquiera
fue suficiente la paciencia del párroco para con los comensales.
Eran verdaderos animales los que sentados en sus poltronas
vociferaron madonas y madames al aire viciado del entorno.
Se acabo al fin este bochorno, y me retiro para mejor aliviar
lastre. Pillastres lo que robaron la insignia de su pecho...
Maltrecho se quedó sobre tanto lecho.