Desde el sofá de la pena,
una mano le sostenía el frío mentón,
que tras flaquear la cabeza, los ojos cerró.
Desde el sofá de la angustia,
quedó dormido sufriendo de tos.
Si ocuparse redujera la culpa,
afrontaría dolor tan precoz.
Desde el sofá de la congoja,
miró la cama junto al caloventor.
Del párpado se le escapó una gota,
como rezándole a Dios.
Desde el sofá de su infancia,
arrinconado se sintió;
crecer no es abandonar la patria,
es guardarla y cuidar del cajón.
Desde el sofá de la nostalgia,
recitó los cuentos del patrón;
y mis orejas gritaron que eran magia,
los desdobló con cuidadoso amor.