Capitulo III
Preso por inocente
Los patiquines se retiraron, María Luisa anclada a las afueras de la casona
esperaba impaciente y decidida por la salida de Luis Manuel;
hasta que el momento llego, en el corredor de blancas paredes y rojo caico
con techo de caña amarga y vigas gruesas cubiertas de tela de araña
se escucho el portazo con su eco provocado por lo abovedado del pasillo,
indicio de que ya venia el maestro, lo cual genero mayor nerviosismo a la muchacha.
Cuando cerraba las grandes puertas en el borde de la calle,
Luis Manuel escucha de nuevo aquella voz volteando de forma inmediata
María Luisa de nuevo decidida:
-Maestro, necesito que me preste atención al menos cinco minutos.
De nuevo le pido la la oportunidad de formarme bajo su tutela
se muchas cosas, le aseguro que más que sus pupilos
escribo y leo desde los siete años, los dueños de la Hacienda
me han tomado aprecio y cariño, y han dejado que acceda a su biblioteca,
deme la oportunidad y prometo no defraudarlo,
vengo de las tierras donde amanece más temprano y el sol se esconde azafranado.
Luis Manuel atento a cada palabra, sumergido en aquellos hermosos ojos
que a la luz del mediodía era más brillantes
haciendo juego perfecto con la blusa y saya blanca.
Atino hacer una pregunta entre el embeleso, aun así, con la seriedad característica
-¿de qué parte exactamente del oriente vienes?-
Y respondió rápidamente: de la Provincia de Maturín, entre llanuras y mesetas.
Asintió con la cabeza y un “uju” se dejó escuchar, una pausa silenciosa y de suspenso,
con la vista al cielo, permitiendo el sombrero blanco y cinto negro
que el sol diera en su tostado rostro, estaba como buscando en sus pensamientos.
-¿y aquí donde vives? -
Al final de la Pastora, camino de los españoles,
Con una Sonrisa de asombro Luis Manuel le indico, -yo también María Luisa vivo en la Pastora,
me acompaña y así conversamos-
Luis Manuel, con formación de antaño, argollo su brazo
-¿me hace el honor María Luisa? –
María luisa abismada sin saber que decir, afirmó con su cabeza y colocó su mano en el antebrazo cubierto por el traje gris.
Luis Manuel antes de emprender la caminata se paseó por aquella saya blanca de gran vuelo cinta castaña a la cintura y blusa de perfectos encajes, donde se notaba el tenue escote donde se elevaba el mástil de su cuello, soporte de aquel rostro único, enmarcado por un peinado sin detalle.
Ambos se enredaron en una silenciosa mirada y María Luisa desplego su sonrisa
Encarcelando a un inocente sin delito, inocente que perdió el juicio.
Preso por inocente aquel día, de aquellos días, de días pasados
de los amores de amores, prohibidos, grandes amores.
Jesús Pérez Rubí / Andariego
09/07/20202