Me estremeció el trepidante sonido del timbre
y saltó este loco corazón de mendicante,
vibró como plástica rama de ambarino y níveo mimbre,
cautelas orilleras del arbóreo duende, vegetal y suplicante.
Apenas vi el alejamiento del grisáceo cartero,
anónimo mensaje ingresó en la cuarentena del buzón,
recuerdos sedados por su enigma, código prisionero,
candado sin la llave maestra de un próspero chavón.
Allí estaban las cifras, gregorianos arpegios de suplicios
e iracundas murallas de las almas en erosionante Grieta,
Epístola laica como evangelista de cívicos armisticios.
Uruguayos: incorporen la prudencia al pan de vuestra dieta
angélica guitarra y clarinada que grita y clama por Amor
que el cartero en la próxima...solo traerá ¡un castrense tambor!