A mis puertas llegan
cadáveres, sigilosos,
estremecidos, importunos.
Son verdaderas efigies
sin nombre, sin fechas,
sin cuerpo. Nunca, sin alma.
A mis puertas llegan, sin tocar,
reticentes abismos, soleados peces,
contubernios de adolescentes, gritos
y aullidos de las rosas como carne.
En mis vestíbulos, la carne se tropieza;
nunca, jamás, sus almas, pues
yo se las di-.