Porque quiero creer
y no creo
que exista un Dios que anima nuestras vidas en esta árida tierra.
Solo creo de cada semilla,
en su propio deseo de nacer
aun en el más inhóspito de los lugares,
en la más desnutrida grieta;
y de cada ave en su instinto de volar,
de huir o de llegar según su necesidad,
de hacerlo, mejor o peor, no sé, pero distinto
según la disposición y envergadura de las plumas,
de la fortaleza de sus músculos...
Y llegas tú y me presentas a un Dios que pone sus manos
bajo las alas del más humilde de los pájaros,
que sopla dulcemente y lo eleva...
Y si habláramos de vida dirías
que es Dios mismo quien despierta la semilla que crece
mirando hacia Él.
Que no hay hoja de árbol que se mueva
si no es por voluntad de Dios,
ni grano de trigo que habite en las tinieblas de la Tierra
sin que él lo sepa.
Acabaré creyendo en los milagros.
Acabaré creyendo en Dios.