gaspar jover polo

PLAYA DE GALES

   

    PLAYA DE GALES

   

                  

               I

Esta ola de inclinación ermitaña

quería recogerse, permanecer

no cumplirse en su totalidad.

Una ola ha llegado a la orilla perfumada

y descubre un paisaje nunca visto:

niños, gaviotas, niños gaviotas,

unas manos blancas

de turista

al extremo de unos brazos que dora el sol,

tejados de pizarra y organismos vegetales suspendidos.

La ola salva barreras poco profundas

se adentra en el paisaje costero para descomponerse

y amenaza, sin saña,

los lindos límites del archipiélago.

Junto a la masa herbácea de las dunas,

una motocicleta pasa veloz; entre la playa

y el trozo de campo cubierto por los hoteles.

Evita el cementerio

y acierta a desembocar

en la arena poblada por un grupo de confiados bañistas.

No se ha cumplido su destino de ola todavía, pero

lo cierto es que ya se ve claro en el horizonte.

 

El cielo es otoñal en primavera sobre un océano

atlántico que no entiende de estaciones

meteorológicas.

Es el contraste entre las cuatro estaciones:

enseguida una detrás de otra, y vuelta a empezar

cuando casi se atropellan en el instante.

Diluvia. Es normal en esta playa de Gales.

Y como si nada, surge el sol muy renovado

y despierto.

  

Esta playa se extiende casi infinita y, en un punto de su extensísimo recorrido,

sobre un empinado promontorio, se asoma el cementerio:

un hotelito al fondo a la derecha,

especialmente cuidado por la mano del hombre,

pone, sin embargo, una nota de color

sobre la capa de verdes.

  

                 II

–¡Roy, Roy! ¡Virginia, amor mío,

el perro se ha tragado un objeto

por esta playa extensa donde vienen a morir las medusas!

 

                III

Mr. J. y Mr. W. trafican con drogas

y con restos de naufragios y, también,

ponen a prueba a los vigilantes

con sus detectores de monedas preciosas

y de restos de galeones.

 

               IV

No es una gran extensión de costa bravía,

el pescado es escaso, pero se agranda

por un estuario que lleva

el agua salada varios kilómetros tierra adentro,

metáfora de la vida. Mientras un cielo irregular contempla

el brazo de mar

como si estuviera mirándose en el espejo.

La playa de Gales se pierde.

La subida de la marea es tan efectiva que, de la teoría a la práctica,

nos hemos quedado de repente sin arena.

  

Clarea; y vuelta a empezar. Ya se distingue

un rayo de sol

bien definido, muy atrevido

en el borde de los acantilados,

por sobre los muy penetrantes perfumes.

 

   

   Gaspar Jover Polo