Tuve que subir a tu cielo a
robarte el fuego de tu dios:
No me diste elección.
Con mis propias manos, plateadas de tanto cincelar,
tuve que dar certeza del Ser Humano.
Mi soledad era igual al desamparo de esos pequeños especímenes
que se dejaban morir al helor de la intemperie.
Su supremo dios era renuente a sus sentires. Tuve que hacerme
eco de su ausencia y dar fulgor al frío para posibilitar su vida.
Le encontré las vueltas y en un providencial descuído prendí
una cañaheja sagrada para —en el incógnito de la inapariencia—
traerle el fuego y propiciarle su alimento y civilización.
Ahora la miro desde la altura que la tranquilidad me concede.
Parece de la innumerable hormiga que pulula sin orden ni concierto.
Sigue como pollo sin cabeza, víctima de la grandeza que le sirve de
corona y del impulso que le emparenta con sus hermanos menores.
Ahí la dejo, si necesitara ayuda sabrá acudir a su padre, que soy yo.
Voy a echarme una siesta recostado sobre esta roca, solo, de cara a un
océano que apenas está besándome los pies.
Así fui yo contigo...