Se encarnan desde la córnea,
malestares poco indoloros.
Frenético el orgullo traducido en cólera,
ceguera que me hunde en aguas de lodo.
La niebla que hay en mis ojos,
espero que de irse sea pronta;
no como los sueños convertidos en despojos,
y el fármaco que bebí ahora.
Que no dejara sabor en mi lengua tosca,
ni peso en los huesos de mis hombros.
La niebla de mis mirillas incoloras,
que -presiento- no se irá con mi odio,
se ha de llevar mi telescopio del croma.
La que nubla mis pupilas ya de topo,
de mi enojo protagónica,
es la fina tela del velo que me corona;
y que ante mis ojos, es el embrollo del pasado.