Y esa noche tonelada,
presa de todo anacronismo.
El oscuro del mar prisionero,
la mirada que se pierde.
Hacía atrás nada,
no mira,
no angustia,
casi como un secreto,
arrancado en una lágrima,
hostil.
Con todo y palabras.
Así el féretro va desquiciado,
sutil, del yo que muere.
A la mañana siguiente,
párpado y ceniza, y mi pulso.