Me avengo en este ir y venir de las cosas
en una intelección amorosa del mundo
que me atrapa, en su devenir connatural
como una solemne advocación perentoria.
Me dejo seducir por las pardas luces
de un atardecer que se vuelve eterno;
me acicalo los recuerdos del alma,
suspiro y nuevamente vuelvo a creer.
Nada es claro cuando de soñar se trata,
forjas grandes castillos que al paso del aire
se desploman, así es el amor cuando
entra por la puerta sin ser invitado.
Crea submundos internos llenos de color,
nos hace fuertes, capaces de conquistar
lo inconquistable; es adrenalina pura
corriendo por todos nuestros huesos.
Y el amor que en mi florece es fuego,
atemporal y misterioso, luz que enciende
al corazón como bola de fuego, pasión
que resucita encaramándome al universo.