Hunden sus raíces en las terminaciones
profundas de mis manos, los pájaros de la tarde.
La noche ocupa su solitaria perversidad
casi de mañana, al alba, donde sonríen los picos
de la madrugada, resonando fuertemente.
En la agonía mirada un párpado levanta sutilmente
sus fuerzas agotadas, donde risas y extravíos
suman en la penumbra estatuas y ligeras combinaciones
de sangre.
Me gusta sentir cómo la saliva golpea tus caderas.
Me gusta acariciar los labios por intervalos, resido
en la angustia y su permanencia incontestable.
Hunden sus profundidades los árboles tenebrosos,
en mis manos acariciadas, lengua dormida sobre
mi cuerpo atolondrado-.
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