Pasó en una noche fría,
tan negra como sombría,
la de la herida mortal
cuando me clavó el puñal
de que ya no me quería.
Quedó el alma tan vacía
al cumplir la profecía:
Hundiría el vil metal,
bajo la niebla otoñal,
sin ninguna cortesía.
Si fue con alevosía,
tan solo ella lo sabía,
del amor quedó un erial,
ese desierto abismal,
una pasión tan baldía.
Se acabó la fantasía,
y todas mis utopías,
que tras tu cuerpo sensual,
no se esconde el santo grial,
más bien mucha hipocresía.
De la feliz alegría,
tan solo la melodía,
solo el triste memorial
de lo que fue un funeral,
de una amarga letanía.
Que en esta dura porfía,
rendí tanta pleitesía,
como a un Dios en su ritual,
alzada en un pedestal,
la primera en jerarquía.
Pero lo que más dolía,
el porqué de mi agonía,
fue la farsa, el carnaval,
aquella glosa letal
de que ya nada sentía.
Si me quisiste algún día,
fue cara a la galería,
sentimiento tan frugal,
en este amor tan fatal
que guardo tras celosías.