Los tocados hicieron del sanatorio una iglesia, donde ensamblaron un coro de chillidos y quejas disonante. En romería elevaron una silla, un redoblante sin fondo, varios pares de pantuflas, un cachalote de excrementos, y al llegar al altar del bidé, danzaron con un frenesí sin orillas, se desnudaron la piel, dejaron libres cascadas de deseo.
Tan posesionados estaban, que levantaron con sus huesos castillos de sangre, y siguieron cantando con las voces destrozadas lastimando sus pulmones.
Al Alba, fueron conducidos a una estancia subterránea, les dieron una golpiza de miles de voltios.