Vertidas ya las sombras en el lago,
al lento declinar en tonos rojos,
se pintan en la cara los sonrojos,
reflejos de un rubor excepcional.
El tierno y delicado firmamento
retiene la dulzura del instante,
mecido de una mano delirante,
podríase decir..., subliminal.
Pareciera que en sangre está inyectada
el agua, el horizonte y la pupila,
la tarde que en penachos se deshila,
espasmos de alegórico dosel.
Se ordena y restituye el equilibrio,
la gloria y esplendor de la natura,
y el ojo fascinado la captura
en un improvisado esparavel.
Deogracias González