Faltan pocos minutos, los justos para acudir al encuentro pactado con él. Debo circular al rededor de la plaza principal y ellos me contactarán, según me dijo en su último correo.
Ignoro más datos y eso me atemoriza, pues estaré expuesto a la ventaja que notoriamente tiene.
Me pidió, como condición, que vaya solo, desarmado y especialmente, que no me acompañe mi perro, un dogo de pésimo carácter.
Antes de salir, comienzo los habituales rituales, como pasar por el baño, peinar lo imposible de mis pelos, mirarme quizá por última vez en el espejo y con un gesto cansado, apagar la luz y cerrar la puerta, no antes de mirar detenidamente a mi perro que duerme ajeno a todo.
Ya en la calle, miré si notaba algo extraño, como el auto negro que a media cuadra, estaba esperando.
Ese detalle, comenzó a pesar sobre mis hombros y en el vientre sentía revelarse un incipiente descontrol de mis nervios.
Puse en marcha el auto, comenzando a pensar, ¿que estaba haciendo?, al acudir a un encuentro que sabía riesgoso, con gente peligrosa.
La razón del por qué lo hacía, no es tan importante pues distraería la atención y dramatismo de mi situación, quizá más adelante lo aclare, si no llegan a comprenderlo por ustedes mismos, desprendido de la trama.
Avancé unos metros y observo por el espejo retrovisor, que el auto negro, arranca y dobla en la primer esquina, seguramente avisando que salía al encuentro.
Mientras pasaba las cuadras, hacia la plaza, mi mente pensaba y alguna vez decidió huir, en un lógico instinto conservacionista.
Pensé, que debería haber dejado una nota, por si no regresaba.
Pasado el pensamiento, me inundaba una sensación de insensible seguridad, casi una resignación a lo inevitable.
No era la primer vez que me reuniría con él, ya había un intento anterior, frustrado por la presencia de mi perro, que lo atacó con gran furia, a costa de la mano que empuñaba el arma, con que me amenazaba.
Lamentablemente, poco pudo decirme, salió huyendo asistido por sus hombres. No continuo este relato, pero prometo hacerlo más adelante.
Ya he llegado a la plaza principal y comienzo a girar en el tráfico, algo intenso a esas horas de la tarde.
Levando dos giros completos, nadie me contacta, tal como me indicara él en su comunicación. Ya en ese momento, pensaba que sería en vano seguir esperando el encuentro y estaba a punto de seguir por la calle que venía y alejarme de esa extraña situación, cuando un Audi enorme y negro, se coloca a mi lado y bajando el vidrio espejado, un sujeto obvio, me indica que los siga.
No soy tan valiente, como inconsciente y seguí al enorme auto negro, rumbo al norte de la ciudad, sintiendo un corazón haciendo acrobacias y un irresistible temor que casi no me dejaba respirar.
Taquicardias y falta de aire, mientras mis manos aferradas al volante, como si eso impidiera caer al vacío inevitable al que me dirigía.
Como ya dije, la última vez que nos encontramos, él empuñaba una pistola con silenciador y palabras ininteligibles que apenas llegaban a mis oídos, seguros de escuchar el estampido sordo del arma.
Hacen señas que me detenga y estacionamos, se bajan dos hombres y con firmeza me hacen descender de mi auto, me colocan lentes tabicados, para llevarme al automóvil.
Me sientan en medio y el silencio se apodera de mi, sin ruidos me sentí realmente atrapado.
Parece que llegamos, el automóvil, se enfila al ruidoso portón de un aparente depósito y presiento una playa de carga, supongo es un transporte, había voces que no entendía.
Tras de mi, se cierran los portones y siento, varios hombres que se hablan entre si
El automóvil, se detiene y yo hago lo mismo con mi corazón, se bajan y dos hombres me sacan, llevándome de los brazos, en ese momento mis piernas flaqueaban y agradecí que sin palabras, me pusieran contra el automóvil y palparon mi cuerpo minuciosamente, en busca de armas, eso dio tiempo a serenar las piernas.
Entre ellos hablaban, en ruso, supongo y literalmente me llevaron hasta un contenedor que estaba , frente nuestro.
Entramos y la oscuridad inicial, se disipa inmediatamente al sacarme los lentes y encenderse una lámpara puesta sobre un escritorio.
Estoy solo, absolutamente solo, miro lo que me rodea y veo además del escritorio, dos sillas y un tambor de miel, lo reconozco por lo escrito en el mismo, color gris, a medio tapar, dejaba aflorar la bolsa plástica de tinte amarillo.
Di unos pasos y observé el tambor, corrí un poco la tapa y observé que estaba vacío, en ese instante, sentí un irrefrenable temor al relacionar el tambor vacío y especular su futuro llenado..., recordé que la miel neutraliza los aromas que pudieran emanar de una carga que se pretenda ocultar, realmente a prueba de perros...
Estaba en esas penosas elucubraciones, cuando siento que la puerta se abre y a contraluz aparece él, seguido de dos hombres, uno de notorio origen centroamericano (mulato y hablar caribeño), el otro un ruso enorme con cara de muy bruto, que llevaba en su mano izquierda una maleta de generosas dimensiones, que deja sobre el escritorio, mientras desactiva los cierres de la misma.
Él se acercó a mi (yo no atinaba a moverme), extendió su mano y tuve tiempo de verla notando la cicatriz que asomaba por el puño de la camisa y seguía hasta la mitad de la palma, vestigios del encuentro con mi perro.
Nos saludamos mirándonos los ojos, poco pude ver en ellos, solo esa supremacía fingida, de quién cree superar al otro, pero tenso ante la posibilidad del fracaso remotamente posible.
Ignoro que veía él de mi, yo intentaba parecer todo lo que mi padre me indicaba en esas ocasiones extremas, que parecía saber viviría.
Recuerdo que me decía (yo tenía cuatro años, por ese entonces), “párate acá, no te muevas”, lo decía mientras trazaba una línea a mi alrededor con una rama .
“Esta línea imaginaria, nadie podrá pasarla, en tanto seas un señor”, dejaba un largo silencio y continuaba “Esa línea, es tu vida, nadie debe pasarla”..., eso quedó grabado en mi, máxime que en dos ocasiones, lo vi a él mismo defender esa línea imaginaria.
En ese momento, dejé los miedos y como un duelo de caballeros, saludé con firmeza esa mano, otrora armada.
Comenzó él a romper ese espeso silencio, con un saludo formal y disculpándose por las circunstancias.
Mi sonrisa descreída, hizo que suspendiera los formalismos y sentándose primero, me invitó a hacer de igual modo, lo que hice tratando de mantener el debido aplomo.
Bueno..., usted dirá le dije calmadamente no dejando de mirar sus ojos.
Me imagino la escena como si fuese un tercero, pareceríamos dos tahúres pobremente iluminados, creyendo tener el mejor juego en sus manos.
Realmente, sabía que mis cartas estaban en blanco y sabía de antemano que me esperaba la derrota, o ese nefasto tambor de miel.
Él hace una seña con su mano y los dos hombres, salen del contenedor y quedamos absolutamente solos.
Comenzó diciendo en ese castizo empalagoso y antiguo “Esta es una conversación que debimos concluir en aquella oportunidad”.
--Lástima lo de la pistola--, le dije algo burlón, arrepentido de antemano, sabedor de mi desventaja.
“Una dolorosa situación, que realmente me avergüenza, pero hoy debemos llegar a una conclusión ¿no os parece?”
Pensaba para mi, que realmente estaba en sus manos y yo representaba el límite de mi familia.
“Sabéis, que amo a vuestra esposa y pretendo que ella se una a mí. Tengo todo arreglado, para que ella tenga un trato digno y equivalente a mi rango en Moscú. Allí tendrá más cosas que las que pueda imaginar.”
En ese punto, detengo su discurso y le digo casi despectivamente, como si tuviese los cuatro ases en mi mano, – No entiende, que usted habla de mi esposa, que no es mi propiedad, que es la mujer que amo, que no tiene precio..., qué supone que haga, que me ponga rabioso e intente matarlo con mis manos...--
Vi que en su rostro, los músculos se tensaban, mientras los ojos dilataban al infinito las pupilas.
No respondió nada, solo abrió la valija que nos separaba.
Corté mis palabras, ante el espectáculo imposible que visualicé en el interior. Prolijamente acomodados, los billetes verdes, colmaban la capacidad de la valija.
Soy un ser humano y cosas de este calibre, me sorprenden, dejándome sin palabras.
Estaba en ventaja y pretendió aniquilarme sin balas ni tambor de miel.
“Seréis más señor, con estos billetes, o es que no veis lo que reflejáis en los espejos. Sois un mediocre, escapando del hambre, habéis visto vuestras ropas..., dais pena.”
Mi garganta me sofocaba, como dos manos enemigas, no podía contestarle, insultar sus palabras, su historia y más queridos parientes, no podía.
“Tomad estos dineros, ahuecad el ala y dejad que ella venga a mi.”
“Ya os tengo una historia, que le romperá el corazón, tendréis una amante que os dará motivos de ruptura.”
“Una vez concretado todo, quedaréis adinerado, si contáis el dinero, veréis que duplica mi primer oferta, o sea que aquí hay dos millones de moneda sonante, será vuestro, todo vuestro.”
Por mi boca, querían salir las palabras, como si fuesen vómitos atrasados. Respiré profundamente y levantando la vista del dinero, le dije –No puedo, hay líneas que nadie puede pasar, mi padre trazo una y usted no puede pasar..., ni yo mismo puedo hacerlo.--
Sus ojos endurecieron y la boca mordió la imposibilidad del grito, mientras los dedos crispados aferraban la valija.
Yo quise continuar un discurso imposible, pero todo se rompió al abrirse la puerta nuevamente.
Entraron los dos hombres anteriores y un tercero, importante
que gritaba en ruso, aparentemente muy enojado. Él se paró y cerrando la valija, se la entregó al mulato, quedándose callado.
Yo suponiendo lo peor, lo miré fijamente y le pregunté, si el tambor era para mi o para él, todo esto con cara sonriente, realmente falsa, estaba aterrado.
Él no contestó y abandono el contenedor, seguido por el que iba gritando en ruso mientras gesticulaba ridículamente y tras ellos el mulato con la valija.
Quedamos los dos, el hombre montaña y yo, que sabedor de mis escasas chances, trataba de no llorar en tamaña circunstancia.
Resignado me fui acercando al tambor, como para no dar trabajo, mientras mi vida pasaba como una película ya gastada en el cable, una historia que nadie ve.
Le daba la espalda, esperando que apuntara con tranquilidad, cuando siento que me hace girar para ponerme nuevamente los lentes tabicados.
Salimos, recorriendo el mismo camino, hasta llegar a mi viejo auto, estacionado en una calle.
Subí al auto, mi mano temblaba al querer poner la llave..., quedé un tiempo respirando, antes de regresar a casa.