No hay donde meterse
ni de donde salir;
cada vez más sonoros,
sus envolventes aullidos
emergen de las tinieblas
paralizando los sueños.
En un desesperado esfuerzo
por eludir la miseria,
no dan abasto sus colas
para espantar las moscas del hambre.
A especuladores de humo
fue vendida su leche
antes de ser ordeñadas
y de sus ubres resecas
se dejan colgar las sombras
de terneros desnutridos.
Para colmo de males,
además de flacas,
ahora vienen infectadas
y entre marcadas costillas,
en un aquelarre de ratas
la luna está siendo roída.