Castigan el amor las religiones
con dogmas que sus alas le cercenan;
y ponen mil candados a pasiones
que solo de fulgor la vida llenan.
Estéril se convierte nuestra vida
sin esa tempestad encantadora;
que ofrece fulgurante, y sin medida,
la piel de la pasión arrolladora.
Jamás serán malditos los amores
que nacen cual arpegio de una lira;
y llevan el perfume de las flores;
que regia poesía nos inspira.
Las almas no la dañan los deseos
que surgen de un idilio apasionado;
y tiene los melódicos gorjeos
de bello ruiseñor enamorado.
A veces resucita gran ensueño
por obra de una cálida sonrisa;
y nuestro corazón se siente dueño
del dulce coqueteo de Artemisa.
Relumbran como luces por la noche,
los besos que se dan en una estancia;
envueltos en las nubes del derroche,
que porta del placer la gran fragancia.
Andrómeda, Makeda y Margarita,
retratan del amor su gran plumaje;
y muestran con pasión tan infinita,
del cielo, su magnífico paisaje.
Bendito debe ser quien se ilumina
con esas escultóricas criaturas;
que cubren con su luz clara y divina,
llenándonos de mágicas ternuras.
Del mundo disfrutemos los placeres
sin miedo a los castigos del infierno;
que son las aromáticas mujeres
las únicas que brindan cielo eterno.
Dejemos que los sueños, como vientos,
jamás de los prejuicios se sujeten;
y sean gran volcán de sentimientos
que nuestras existencias las completen.
Amar, amar, amar, es la consigna
que tengo como emblema en mi camino;
viviendo gran ardor, que me consigna
el máximo esplendor de lo divino.
Por eso no le temo al cruel suplicio
que dicen que me espera cuando muera;
viviendo de pasión el gran solsticio
que brilla con su luz tan hechicera.
Autor: Aníbal Rodríguez.