Jhon Deivy Torres Vidal

ESA EXPLOSIÓN EN LÍBANO, BEIRUT.

Esa explosión en Líbano,

cargada de átomos y voces

y de tensión final en todo el aire,

preñó también la sangre de las víctimas.

Las carnes de la muerte sacudieron

el polvo de explosivos y de gases

ante los ojos de quienes cayeron

como traste viviente, agonizante.

Cómo triste agonía en un instante...

 

Esa explosión en Líbano parió

una hecatombe breve, asoladora,

centrífuga y letal, de ciegas sombras,

en medio de una luz tranquila y sobria.

 

Nos duele hasta los huesos la desgracia

como si todo el mundo hubiese sido

alcanzado en desiguales formas

por el temblor de ondas de amoniaco,

por el crujir creciente y demoníaco

de aquel vapor ruidoso que ha cubierto

el puerto de Beirut y cuerpos cientos.

 

En Beirut, insospechadamente,

reventó la desgracia, y hoy nos duelen

los ojos y el oído... hasta tumbarnos

otra explosión de miedo en nuestras almas.

Hay eco y más ceniza propagándose

por todo el mundo, y cubrirá la tierra

hasta fundirla en luto y humareda.