Nacemos desde el aire, llorando con imperio,
buscando entre sollozos un ancla en que abrazarnos.
Nacemos como niños, silencio en los adentros
y voces envolviéndonos: nacemos inocentes.
Apenas caminamos buscamos el sentido
de nuestro afán ignoto: de dónde hemos venido
y adónde hemos de ir...
Miramos hacia arriba, creyendo en las estrellas
la fuente del futuro, trazando en los luceros
la causa del vivir.
El mapa de los cielos va marcando los pasos
de jóvenes valientes alzando sus miradas
al son del sol naciente:
trazamos en la noche estrellada de estío
el futuro posible, el devenir causado,
hiriendo un albedrío tan libre como el sol...
La vida va marcando los pasos de los hombres
maduros ya en la marcha:
no está escrito el destino, lo vamos transcribiendo
mientras el camino avanza y el mapa de los cielos
va a trazos dibujándose...
Y al punto hemos llegado a ser viejos o cínicos,
sin ninguna esperanza, con toda la experiencia
de una vida vivida:
¿dónde quedan entonces aquellas predicciones
de un futuro prescrito?
El mapa de los cielos jamás está prescrito,
lo vamos recorriendo por el sendero justo
de una vida que fluye, de un sentido que escapa:
somos dueños de todo y no tenemos nada.
Y al volver a la tierra, al regresar de nuevo,
nuestro mapa del cielo acaba completándose:
con la muerte entendemos el sentido del mundo,
el olor de las rosas, el perfume del viento...
Y entonces nuestro mapa despeja nuestra incógnita:
\"tú mismo dibujaste el plano de tu vida,
prepara con cuidado la vuelta a las cenizas
y alcanzarás la paz\".