Merardo Sepulveda

EL LOBO Y LA LUNA

I

 

 

Se trata de jugar,

jugar un juego olvidado,

el juego de descubrir

que el otro no es sólo un otro,

que en él cabe un yo

no muy distinto de mi yo,

que tu yo y mi yo

son esencialmente lo mismo

y eso es la amistad:

la posibilidad de tratar al otro,

no como un otro,

sino como un yo,

o mejor aún,

como si fuera yo,

para encontrar mi yo

en su yo

y conversar con él como con un espejo

de modo que mis palabras

salgan por su boca

y las escuche

en mi oído.

 

                                      

II

 

Pugna la fina brizna

por emerger de la tierra;

lucha algunos días

para caer, finalmente

vencida,

por la porfiada maleza

que todo lo cubre

que todo lo ahoga

con malévola eficacia

                           

 

 

III

 

El adiós es un constante

mirar atrás

esperando que las cosas

pudiesen todavía ser

de otra manera

                                                   

 

 

IV

 

Decir no puedo, amada,

la de sueños interrumpidos

que guarda mi alma:

su sola mención rompería el hechizo

de silencio

y la historia se volvería a repetir

 

Permíteme, mejor, que me calle

y te ame en silencio.                  

 

 

V

 

Espérame en la soledad del lecho.

Cuando la luna asome en la penumbra de tu cuarto

poniendo calor en tu almohada

y un rayo de su luz te bese la frente,

seré yo que ya llego, a que nos amemos

para poner tarea al tiempo

y alcanzar la eternidad que sólo se logra en el amor.  

 

 

 

VI

 

Resbalan las horas en silencio

prolongando la agonía de los días;

 

Canta el cisne en la laguna

y su canto lo apaga la tormenta;

 

Florece la rosa

y la lluvia gota a gota la deshoja;

 

Todo muere en el absurdo repetirse

de los hechos,

en el sinsentido consagrado.

 

 

 

VII

 

La tierra está cambiando:

lo veo en el agua

lo dicen los bosques

se huele en el aire;

La vida está cambiando:

ya sólo sobrevivimos.

 

 

VIII

 

Con qué prontitud

la gente olvida los favores

y resalta los errores:

No bien caes en desgracia

harán leña de tu honor

en las charlas de pasillo;

 

o cuando caes a la cama

o las deudas te persiguen...

¡Con qué prontitud

la gente olvida tus favores!

                                                                      

 

IX

Es amargo el trago y el vaso

conque bebemos los instantes

de esta vida dura y mezquina:

haría falta rebelarse, negarla

para encontrarle algún sentido,

pero la carne es débil

y la angustia hace carne

en nuestros pobres huesos.

                                                          

 

X

 

Sacúdete los tiempos negros:

déjalos que resbalen lentos

como gotas de negro veneno;

Sacúdete los malos pensamientos

y deja crecer en ti

rosales sin espinas

para que alegren tus mañanas.               

 

 

XI

 

La caracola del tiempo se ha enroscado

en los recodos de la noche

y como loba en celo acecha a la luna

perpetuando las sombras.

¡Ah, loba!

¡Ah, loba!

¿Cuándo te irás para siempre?                                               

 

 

XII

 

 

Todos jugamos al disfraz

a ponernos máscaras

a proyectar imágenes

de cómo queremos ser vistos,

pero cuando ocultamos lo que somos

para parecer  lo que no somos

jamás pensamos en el precio

que estaríamos dispuestos a pagar

por las decepciones causadas.  

 

 

XIII

                                               

 

Eran otros tiempos:

La gente valía por lo que era

y en ello ponía cada uno todo su empeño.

 

Hoy las cosas han cambiado:

cual pavo real

cada quien se pavonea y jacta

por las ropas, los bienes y el calzado

olvidados enteramente

del yo, de la trascendencia

asuntos que el vulgo ignora o

tiene por irrelevantes.

 

Es el mundo del parecer

del aparecer

del espectáculo decadente

                                                            

 

 

XIV

 

Truena el cielo

llora la tarde

la noche viene fría

con sus cristales de hielo;

tiembla el alma

el corazón palpita asustado

y los niños refugian

sus grandes ojos

en el seno de sus madres.

Lágrimas negras llora el mundo.