EHUR OHR

Una pena...

Un abismo demencial hoy me domina,

se apodera de mi mente,

me ha segado las razones,

me ha herido con maldad y traición desatinada.

Es ambiguo e insistente,

me confunde y me devora,

me aniquila y enflaquece.

Se hace acoso permanente.

Tengo ganas de explotar y me contengo,

tengo ganas de llorar inmensamente.

La impotencia me desgarra,

mi existencia sin querer se convirtió en desazón,

y aunque trato de ser justo,

mi interior enloqueció horrorizado

con la angustia acumulada que se siente,

que me mata lentamente.

Los recuerdos me dilatan,

me conmueven por momentos,

y en seguida se convierten en puñales

que laceran sin piedad mis fortalezas.

Cada instante se hace eterno,

cada idea se convierte en un lamento,

cada imagen en un suspiro deprimente.

Y me envuelvo en un latido intermitente.

Me sostengo de una lagrima valiente

que soporta la terrible soledad de este dilema,

la insufrible impotencia de mirar este entorno sin respuestas.

No podría ser peor,

ya mis fuerzas por instantes me abandonan,

agotadas me contemplan desgarrado...

cabizbajo y apenado,

empapado del más cruel de los silencios.

Ya ese sol de mis mañanas no caliente,

ni la luna de mis noches no me inspira como antes.

El dolor se encargó de disfrazarlos de un añil expandido y transitorio,

un sabor desagradable y macilento,

un opaco deslucido,

enlutado por la pena impertinente

que hoy se empeña en agredirme.

El infierno ha llegado a mi presencia,

desafía mi cordura...la limita,

le propone una respuesta sedativa,

me perturba y me convence por segundos,

me hago eco de esta cruel incertidumbre,

la impotencia nuevamente desafía mis instantes de sosiego

y me reta a la violencia,

me persuade y de repente me levanto con la fuerza indomable de mi ser enaltecido,

es ahí que mi espíritu bizarro me sostiene en la paciencia,

se relaja y me consuela,

 

me acompaña y aconseja,

me regala unas palmadas de esperanza,

me dibuja una luz aproximada

que me alivia la impaciencia,

esa luz que se refleja en la mirada inocente de mi niña...

la razón de mi existencia,

ese albor que me recuerda uno a uno

los pasajes más hermosos que vivimos de la mano,

cada espacio compartido,

cada abrazo,

cada beso de ternura,

la caricia más sincera,

la sonrisa vanidosa que me daba de regalo

cada vez que con orgullo me apretaba el corazón con sus encantos.

Donde fueron esos tiempos,

porque así se me apagaron todos ellos.

Si lo único certero siempre fue su imagen clara y agraciada,

su franqueza en cada gesto,

su bondad en cada acto,

su alegría espontánea y coherente.

Donde fueron a parar sus sentimientos.

Hoy es cruel para juzgar mis emociones,

hoy castiga mi impotencia con su ira.

Se supone que soy yo quien más la ama,

desde el día en que se supo que llegaba.

Siempre estuve ahí pendiente de su vida,

me han dolido como a nadie sus lamentos,

sus congojas fueron mías,

y sus miedos ahuyente cuando los hubo.

Pueda ser que no entendí lo que buscaba.

Intente cumplir con ella,

y hoy parece que en verdad me equivoque terriblemente.

Solo espero que algún día pueda yo concebir tan cruel destino,

solo espero que haya tiempo todavía.

Mis sentidos derrotados se sostienen de su imagen impecable

cuando estuvo entre mis brazos ese día en que naciera.

Simplemente no lo entiendo.

Solo Dios podrá juzgar mi corazón algún momento.

Es verdad que este amor por mi princesa

algún día llegara a conmoverla dulcemente,

y ese día lloraré de emoción por su regreso.