El tiempo sigue.
Los días continúan en este encierro.
A veces, las mañanas, parece que despiertan
con otra luz.
Es como si quisieran animarnos,
decirnos que estamos en primavera,
que asomemos los ojos y miremos al fondo,
a los prados y a los campos,
que busquemos los árboles que el viento
cimbrea en sus ramas,
que escuchemos el río que baja juguetón
besando los meandros,
que sintamos la brisa que llega
y que nos besa los cabellos...
Pero luego la soledad y el silencio
rompen esa imagen que la mañana ofrece
y nos vuelve a la realidad.
La imagen se rompe, se transforma en mil retales
y fragmentos por el suelo.
La primavera silenciosa aparece muy lejana,
como si estuviera, invisible, en alguna parte,
esperando.
Los prados son como una acuarela inmóvil
en el fondo de la retina,
los árboles no danzan ni se mueven con el viento
y son espigas de algún cuadro gris y sucio,
el río es una legaña, en este lienzo,
que ha perdido la paleta de un autor desconocido
y el viento, con la brisa, no me llega
y me sofoco en un abrazo insoportable
del encierro involuntario.
¡Creo que pesa el cansancio y mucho!
Creo que tengo necesidad de amar
y de sentirme amado.
Siento que debo decirlo, de gritarlo,
pero no puedo.
Mi corazón es como un reloj de sol,
que en su, tic-tac,
lleva un monólogo invisible
que se apaga lentamente.
¡Te quiero, te quiero...!
(Sonríe la paloma mientras se enjuaga una lágrima...)
Rafael Sánchez Ortega ©
16/04/20