Déjame que te dedique unas palabras...
Mala pécora que eres.
Ojo por ojo
Diente por diente
Cuchillo por cuchillo
Dedo por dedo...
Él me hace, yo le hago.
Tú me gritas, yo te grito.
Yo te maltrato, tú me deseas...
(No, disculpen, este tiro me ha salido
por la culata del tintero, y por el reverso
de la pluma).
El mundo por el que nos arrastramos
tiende a un macroequilibrio.
Si consultamos los mapas de la injuria
divisaremos chubascos dispersos a oriente
y calma chicha hacia occidente, días claros
por el norte que se avienen a la poza oscura
del sur, —disculpen de nuevo—hoy no es mi día—
quiero cambiar de posición lo claro por lo oscuro.
El que la hace la paga —para ir concluyendo—,
lo que no sabemos si la paga en vida
o cuando haya caducado el peso de la justicia.
En todo influye el color de la sangre, y de la piel,
y del numerario que duerme en los bolsillos,
y de los ladrillos que adornan la casa,
si son de mármol o de marmolillo.
En fin, es todo tan diverso, y tan prolífico,
que el mal desea por hijo el bien, y el bien
—por aquello de la parejita—sueña
con parir el mal, y comprobar qué se siente.
Nada es blanco o negro, por desgracia.