El sol viaja con nosotros, disfrazando nuestros días nublados.
Y podemos caminar durante horas para huir de la tormenta que ocultamos en nuestro interior.
Pero mas temprano que tarde, algo o alguien vestido de cariño y/o amor, romperá esa brujería, y el paisaje sincero nos reflejará desnudos ante el fulgor sublunar de Artemisa.
Y ahí, en la agonía de la noche, la catástrofe que somos, sin más nación que nuestros ojos reflejados en los ojos extranjeros del amor, mostrará nuestra geografía plagada de timidas piedras; un incipiente jardín con botones de esperanzas esperando florecer cuales pétalos en primavera; de bosques tupidos de temores en el piso, cuales hojas en otoño y nuestro inhóspito corazón esperando ser conquistado, en el frio recalcitrante del crudo invierno que está por llegar.
Eternas lunas-.