Arenas, arenas, arenas.
Caminos de oro fino.
Luego descansar
en el Palacio de Qasr-al-Hair
el más espectacular de los palacios
del desierto.
Pasar por la Gran Mezquita
de Samarra,
fundada por el Califa
al-Mutawakkil
con su techo sostenido
por veinticuatro hileras
de magníficas columnas.
La búsqueda es intensa.
Y cada huella,
semejante a otra huella
en el desierto,
se despiertan silenciosos
los cautivos espíritus
milenarios.
Se perciben sus siluetas
en las cúpulas geométricamente diseñadas,
reflejándose en sus azulejos coloreados,
y la suprema belleza
de la tarde,
me acompañan hieráticos.
Ya el viento
ha borrado mis huellas,
como muchas otras
que transitaron las arenas.
Pero parte de mi espíritu
ha quedado unido
al silencio de los siglos.