Al principio de la palabra amor,
tu respiración llegaba a mi
como un soplo de vida,
y el viento mismo
se quedaba junto a nosotros,
en un voraz abrazo,
tenaz y resistente,
coraza que nos unía
separándonos del exterior.
De aquellos tiempos
lo recuerdo todo,
el ritmo casi estático
de las tardes,
la longitud de mi olfato,
para ubicarte en los mapas
mientras la espera,
como una lima fina,
desgranaba mi piel,
sensibilizando sus poros.
Al principio del principio,
era la añoranza,
realidad que comprimía
el tiempo en las gargantas
de los amaneceres,
y el día cayéndonos
de golpe sobre los ojos,
mientras se abrían
de par en par las voces,
pariendo entre susurros
las primeras carnes del amor.
Eduardo A Bello Martínez
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