El viento indomable a su antojo esparce,
con intensidad variable sonidos y silencios,
entre ríos, montañas, campos y ciudades,
sobre islas y mares, también en desiertos.
Incansable aliento susurro del tiempo
a veces se calma,
se retira, tal vez descansa…
pero otras tantas, no se porque enojo
vendavales de furia desata su danza.
En otoño a su paso con ráfagas claras,
los árboles quejosos acusan su arribo,
con ramas raleadas, casi desvestidos,
dispersas las hojas que ya se han caído
a merced de los juegos de algún remolino
dibujan en plazas, veredas y sendas
tapices de colores...
ocre, rojo, marrón y amarillo
Árboles sin hojas vestidos de invierno
parecen espectros con ramas muy pobres
se los ve tristes, con nidos vacíos
a causa del frío que crudo se esparce
transformando en hielo gotas de rocío
hasta que el sol, en esforzado intento,
derrita la escarcha y que la seque el viento.
Transformado en brisa, al llegar la primavera
le pide a las ramas que sus hojas crezcan
que pimpollos broten y luego florezcan
se amarren fuerte por si en una de esas
deja de ser brisa y sopla con fuerza.
Los árboles gozosos se visten de verde
las flores ofrecen color y fragancia
para que el viento...
la cargue, la lleve... y después la reparta.
Cuando llega el verano son cálidos vientos
acompaña las olas empuja la arena
se carga el salitre, lo guarda en la playa
para llevar a las casas después cuando vaya.
A veces se divierte volando sombreros
alguna sombrilla, tal vez una silla...
pero es solo un juego, mientras tanto espera
a que el sol se esconda, porque el mar le presta
el lejano horizonte para hacer su puesta.