Como dos árboles que se abrazan a la sombra del crepúsculo, se hacen uno los instantes en que fuimos un sólo amor.
En la soledad de mis jardines, riego con el agua de mis ojos las flores que plantaste, mientras me disipo en esta dulce y atormentada inquietud de los recuerdos.
La tarde tiene tu perfume, la suavidad de tu piel en el alba.
Ya no estamos como cuando me decías que no me vaya, pero sé en lo profundo que volverás a abrazarme y entibiarme la corteza con el alma.